Susana Finquelievich
Humano y vivencial
Hay formas muy
variadas de narrar las experiencias humanas que provienen de las diversas
miradas con las que cuenta el saber hacer. La arquitectura es una de ellas. En
los arquitectos y sus construcciones, podemos ver claramente las huellas de
cada cultura y las interpretaciones que de ellas derivan, incluso las que
definen a lo humano en relación con sus extensiones.
Las variantes
que intentan definir la arquitectura abarcan un espectro de opiniones tan extenso
como lo es la propia historia de la humanidad. La particular mirada de Bruno
Zevi sostiene que la arquitectura debe desprenderse de las características que
no le son propias, como la historia o la escultura. Para analizarla, es necesario verla desde su aspecto más propio, el espacio,
pues la arquitectura dimana del vacío, del espacio envuelto, en el cual las
personas viven y se mueven. Es la parte invisible de cualquier construcción, el
espacio ordenado para ser habitado. Sin concordar completamente con esta
afirmación, es interesante la idea de percibir el vacío como forma de producir un
espacio, una forma y una característica particular.
Esta
introducción para hablar de la obra de Susana Finquelievich como artista
resulta pertinente si consideramos que la figura humana es una marca permanente
en su trabajo: el cuerpo como instrumento de estructuración del significante,
como sostén de la composición, como emblema de una mirada cargada de humanismo.
Y tanto para la obra en volumen como en la bidimensional, cuerpo y espacio son
dos fortalezas conceptuales que identifican su búsqueda en lo creativo.
Tengamos en cuenta que la formación como arquitecta de Susana no es tradicional
y que ella, devenida en socióloga urbana, no se ocupa del arte de construir
edificios, sino de la forma en que esos edificios son vivenciados por los
humanos y construyen sistemas de relaciones.
Investigadora
nata de esas cuestiones, una serie de circunstancias la llevan muy
tempranamente a vivir en otras culturas, incluso en países que nada tienen que
ver con su origen familiar: Francia, España, Suecia, Polonia, entre otros.
Impulsada por los vientos del éxodo de la predictadura del 76, tanto por llenar
el vacío del desarraigo como por su voracidad de conocer, traza una línea
interesante en la percepción de las redes que involucran los entornos humanos y
su enorme complejidad. No podemos decir que sea más arquitecta que artista o
más investigadora que docente. Su trabajo, considerado en su totalidad, no se
caracteriza por algo fijo. Es móvil, dinámico y va adquiriendo saberes en la
medida en que éstos se le presentan deseables. Es una buceadora de mirada
inquieta y sagaz, que cuando sale del texto y la palabra, se aplica a
incorporar otras reglas expresivas que la vuelven a poner en el lugar del
principiante, haciendo crecer desde el vacío un entorno diferente, a modo de
ensayos desde una misma mirada.
No sorprende
que en cada cambio de situación personal, aparezca un nuevo amarre a un
proyecto creativo que explore la experiencia y de cuenta de sus reflexiones. Para comenzar una obra, necesita saber cómo va
a terminar. Sigue un proyecto diseñado previamente, como fase de arranque para
que las obras se sostengan; construye estructuras que son entorno, ambiente y
proyección de unos cuerpos dentro de unos sistemas. En este tiempo prevalece la
pintura como técnica, pero nada asegura que no tome otros caminos.
El abordaje de
la figura humana, tanto en presencia como mediante cualquiera de sus
extensiones, constituye casi el 80 % de la producción artística contemporánea.
Y el cuerpo dentro de los sistemas es una línea de producción que abarcan
artistas visuales de todo el mundo conocido. Como humanos, nos adecumos constantemente
a dispositivos nuevos que usan el cuerpo humano como interface. Tal vez nunca
como ahora, fue posible tomar desde la variada disposición de datos que
registran las actividades humanas, lo que las personas hacen, en un vigilar que
no implica necesariamente el castigar pero sí tomar registro, dar cuenta de
todo rastreando dentro de los sistemas de observación de la vida cotidiana,
tanto de los que estamos conscientes como de los que no percibimos.
Ese universo de
acciones e interacciones, que en parte se ve reflejado en la prensa escrita,
constituye una vía de interés genuino que combina su pasión por mantenerse
informada con el acto corriente de abrir las páginas de un diario. “Tomo mi
desayuno leyendo el diario y de allí
salen mis imágenes”, dice. Desde allí parten los cuerpos que sirven de puentes
en las obras de Susana. Combinan la idea de transformarse por su mano en obra,
operando desde su posibilidad de estar abiertas, nunca cerradas, con
posibilidades de extenderse, de unirse en otras redes donde la figura queda
oficiando de nexo. ¿Es un acaso procedimiento infrecuente en el arte
contemporáneo pensar el cuerpo dentro de un sistema interactivo? Por cierto que no. La posibilidad de extender
las operaciones del cuerpo en los dispositivos es una característica propia del
siglo XXI, donde conviven lo intangible con lo material, y la manualidad
adquiere nuevas funciones y desarrollos en la medida que avanzan los sistemas
de operados en pantallas táctiles, ya sin el sonido del click sino simplemente en
un sutil roce.
De esa alquimia
de tradición y novedad participa su trabajo, pues no se define por la técnica
sino por lo que narra, por aquello que se desvela en parte en los títulos y que
toman en cuenta los senderos de una cultura urbana como territorio de
intercambios múltiples. Por esto creo destaca muy bien esa doble mención a lo
uno y lo múltiple que es visible en muchas de sus producciones actuales. Un
conjunto de plenitudes que necesitan de una mirada atenta como en un relato de
pantalla múltiple, siguiendo un circuito abigarrado y profuso de formas que se
conectan mediante una forma humana, sin importar su sexo, que ofician de nexo
entre dos o más universos. El cuerpo, la gran unidad del yo, es como diría
Lacan, “un regalo del lenguaje”; por tanto puede cargar con muchos significados
y usos posibles, puede manipularse para dar los tonos que incluyen lo bello y
lo monstruoso, puede prestarse al juego de ambivalencias o servir de
intercambio. En muchas de su obras, Finquelievich hace evidente la idea de que
parte de lo uno para mirar la diversidad de lo múltiple. Ese UNO es sujeto de
reflexión y señalamiento de ideas, es lenguaje operando en el contexto de un
plano bidimensional cargado de la potencialidad del color y usando el método
tradicional del óleo.
Es fácil pensar
que este conjunto necesita de la representación más que la abstracción, que es
sólo abordada en ciertas suspensiones del vacío, donde el color prevalece en
ciertos valores de lo diáfano que recorta los nexos que conectan los otros mundos,
cargados de múltiples relatos. Más la palabra tiene
acotaciones más precisas que las formas representadas, pues abren posibilidades
más abiertas a la subjetivación. Quizás el escape que estas producciones
abordan, tenga que ver con el vacío del que hablamos al principio, el espacio
interior, como decía Zevi. Una
construcción que reclama la mirada de alguien que lo registre y lo vuelva
discernible, capaz de ser interpelado en busca de significados.
Pilar Altilio
Mayo 2012
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