30 años de Bellas Artes
Nos agrupábamos tribalmente bajo la luz de las enormes ventanas, en el
entramado del laberinto de caballetes que nos miraba hacer y hacernos. Por la
repetición diaria, de aquel ir y venir tan apurado, habíamos desarrollado
indiferencia a la masividad del Moisés y su libro de leyes, y al estrangulamiento
del Laoconte y sus hijos. El hall de entrada en el que estaban, conducía al
delicioso café con sanguchito conversado de las diez de la mañana, un rincón
chiquito que quizás hoy no sabríamos encontrar.
Entonces todo era nuestro; el repaso de las aventuras del fin de
semana, los sueños, el arte, la esperanza, la desfachatez, la risa, los
primeros amores. Ese cóctel de vida incluía también a veces mucha aridez, algún
empecinamiento de un profesor para quien éramos inadecuados y viceversa, el
cansancio no expresado y una mochila de miedos.
Ni parados ni colgados, no somos ni estamos todos los de entonces entre
estos caballetes del hoy. Pasaron los años y quedaron amistades entrañables; algunos
volvimos a vernos, otros a oírnos y a leernos, y otros nos perdimos de vista. Cada
uno de nosotros, quizá evoca en este momento a alguien, maestro, amigo, ayudante,
algún desconocido al que se miraba de lejos en alguna clase, y que por la razón
que sea, hoy no está.
Pasados y cumplidos 30 años, volvemos a encontrarnos en el Teatro
Argentino, aunados otra vez más allá de los estilos, las periodizaciones, las
manchas, las líneas cabelludas, las excentricidades y los parecidos. Muchos
dibujos y colores después, con la misma adrenalina de la entrega picándonos la
piel y con los zapatos bailados, compartimos hoy aquí en el teatro nuestro
germinal período bellasartiano.
Cielo Portas, Miami 2013.