Menicucci
Pop glamoroso
I
Pablo nació en
Mar del Plata, una ciudad que posee unos signos que refieren con marcada
tendencia a ese gesto del pop cercano a la publicidad, el divismo, el
espectáculo, el ocio. Si bien siempre pintó y dibujó con pasión nunca había
hecho un curso regular.
Su primer maestro
fue Juan Carlos Castagnino. En Mar Chiquita, el padre de Pablo era gerente de
una hostería. Conociendo la pasión que tenía su hijo por el dibujo, pide a Juan
Carlos le diera clases. Así Juan deja una primera huella de producción en
Pablo: levantarse a la mañana y hacer dibujos, en silencio, con lápiz. Almorzar
y descansar un poco, casi sin hablar, hasta reanudar la tarea pero cambiando de
material: a la tarde las tintas y el color eran su preferencia. Este amor por
la manualidad y la producción es una práctica adquirida por Pablo desde
entonces.
Luego hace un trayecto con Policastro,
artista del detalle y color del más fino gusto. Este maestro le hizo amar el
paisaje, descubrirlo en todas sus variables de tono, de organización. En cada
pincelada puesta sobre el lienzo hay una recuperación de matices de una visión
poética del entorno. Esta enseñanza le permite captar qué color predomina en
cada ciudad en la que vivió y usar esos tonos en la construcción de una imagen
en la que, sin embargo, el paisaje como tal nunca estuvo presente.
Finalmente
en el 60 se abre la Escuela
de Artes Visuales en un sector del enorme edificio del Club Mar del Plata, que
se incendiara al año siguiente. Allí Pablo recuerda que comenzó su relación con
algunos compañeros, con los cuales se animará a romper algunas barreras
llegando más lejos que el resto.
En 1964
viaja solo a Europa por primera vez. Descubre en la Bienal de Venecia un
pabellón, que salía de lo común de la media exhibida, en su mayoría
informalismo. La vitalidad del pop lo seduce plenamente, el POP de la muestra
del Pabellón Norteamericano: Rauschenberg, Jasper Johns, Claes Oldenburg y Jim
Dine. Estas dos posturas confrontadas darán la pista a sus deseos de
transformarse en artista. Queda encantado con la libertad que expresaba esa
pintura simple y alegre pero que no callaba nada. Y era pintura y era
figurativa, detallista pero con un gesto, que captaba como nadie los signos de
esos tiempos.
II
En 1967
Menicucci alcanza la madurez como artista. Había terminado la escuela de Artes
Visuales el año anterior con la más alta calificación. Fue invitado, junto a
otros marplatenses compañeros de camada, a exponer en la Galería Lirolay en
Buenos Aires.
Por
entonces, le prestan el subsuelo de la calle Rivadavia de la primera Galería
del Mar, mítico reducto marplatense donde, en una época de oro en ventas de
obra de arte, tomaba artistas más vanguardistas. Pablo propuso y pergeñó el
primer happening realizado en la ciudad. Habían puesto frutas, juguetes,
verduras y baldes de colores para que la gente pudiera consumir o usar.
Mientras en una pasarela algunos amigos de Pablo se paraban por momentos,
glamorosos y jóvenes divos, se pasaba música en un ambiente distendido. Pero la
concurrencia allí reunida usó el espacio y la disponibilidad de un modo no
previsto. Comenzaron a jugar con la comida y la pintura. La galería se
transformó en una fiesta de corridas confusas. Entre los presentes, dos jefes
militares de la más alta jerarquía, de la Base Naval y de Infantería reciben un baldazo de
témpera naranja. Esto produce una citación al día siguiente a la policía. Y
como era antes de la dictadura, sólo les preguntan: qué quisieron hacer
muchachos?. Como había sido primera plana de los diarios locales, Pablo y sus
compañeros se vieron obligados a hacer pública una disculpa.
Así se
entera Jorge Romero Brest, quien veraneaba en la ciudad. Deja en la galería su
tarjeta y los cita en su carpa del Yatching Club. Romero Brest los interroga
para que definan algunos conceptos. Enseguida los invita al prestigioso Premio
Ver y Estimar de la
Fundación que él dirigía. La obra que Pablo presenta es
bellísima y contiene la idea del objeto, de construcción tridimensional, como
un escaparate. La obra impacta pero no recibe méritos especiales. Decide
presentarse en el Premio Braque que se hace ese mismo año. Trabaja Hola Sophia!
en homenaje a su diva preferida, aquella que su madre, italiana del sur como la Loren , le había enseñado a
amar.
En un piso
que había alquilado con unos amigos Pablo termina sus paralelepípedos, el ojo,
la boca, las margaritas en quince días. Lo envuelven bien y junto a Mercedes
Esteves toman un tren a Buenos Aires. Llegan temprano y lo instalan en un
ángulo del tercer piso del Centro Cultural San Martín, por entonces sede del
Museo de Arte Moderno. La obra impacta por su propia presencia, tiene una
factura exquisita, ya venían viendo obra interesante de él. Gana el premio para
menores de 35 años, a los 33 años, -“ya de grande ..”como él suele decir-, y
viaja a París. Por más de un año reside allí. Los sucesos de Mayo del 68 lo
sorprenden casi recién llegado, comprueba entonces el valor de las ideas, la
defensa y compromiso que manifiestan los jóvenes.
III
Su obra se
afirma plenamente en distintas piezas con volúmenes. Pero éstos, tal como los
de Wesselmann o Dine de ese entonces, están hechos con un esqueleto de madera y
tela o un plano fino de hardboard, es decir como una tela sofisticada en su
factura, para ser captada frontalmente, pero no como objetos exentos, para
recorrer.
Las divas
son un tema central en el POP de ese entonces. Retratadas con la misma pose con
el que aparecen en las revistas, son un modelo de glamour a la vez que señalan
destinos y usos diversos, en muchos casos signados por la tragedia. La Sophia de Menicucci es una
diva que ha superado el destino trágico de las norteamericanas. Una latina
refinada, especial, que ha dejado atrás su origen de muchacha del sur. Con una
risa y un gesto que sólo puede tener una italiana, pero con un charme capaz de
facilitarle todos los matices. Estereotipo de una sensualidad glamorosa que él
inmortaliza en toda su plenitud, sobre todo en las bocas. Rojas, de una belleza
clásica en su dibujo, recortadas como un objeto de culto, un fetiche. Siempre
es su boca lo que él pinta, como un homenaje eterno.
El uso del
objeto real, reutilizado, modificado pero respetando esa cosa entre camp y
fetichesca, también compone su obra desde entonces.
Recupera
maniquíes que desechaba la
Tienda Los Gallegos y los transforma en marineras, damitas
retro y chicas de comedia musical, muchachas bellas y seductoras a la vez que
distantes. También muebles, botellas, o pequeñas piezas de bazar genuinamente
inofensivas, se vuelven objetos de manipulación transformados con tonos
diáfanos. ”Mi aspiración es crear una obra que conserve la fluidez de una
conversación.. o el juego. Con ellas me sitúo en la antípoda de la síntesis,
porque lo que yo trato de contar es la vida, y ella es, por fortuna, generosa,
rica y variada”, diría Pablo en ese entonces.
Como
algunos artistas, no escapa a la seducción de los souvenirs y baratijas de dos
pesos, de los que posee innumerables cajas de pequeños recuerdos colectados en
diversos viajes. Algunos son esculturitas de buen plástico, otros animalitos de
Africa, o muñecas y pequeñas damitas vestidas con trajes románticos, llenos de
pliegues y cintas. Son objetos adquiridos por un flaneur que recorre el mundo
observando todo con deleite, deteniéndose en esos esfuerzos de representación
en distintos materiales. Pablo los narra cuando los exhibe, cada uno viene de
un lugar distinto, evoca unas memorias territoriales, enuncia un gesto de niño
asombrado porque le otorga a cada pieza un sentido que niega la seriación y la
transforma en única.
IV
Desde hace
un tiempo, veo a Pablo haciendo un racconto de una sexualidad muy de nuestro
tiempo. Es una sensualidad andrógina, despojada, inquietante, de un esplendor
atenuado. Sus divas retro, descansan en una fluidez de colores apastelados, donde
apenas se leen los ojos, casi sin cejas, con sus cabezas cubiertas por
capelinas y sombreros. Mirando de frente o perdiendo la vista en la distancia,
solas o acompañadas, estas damas elegantes persisten en su obra. Son
sobrevivientes de un tipo de mujer eterna, distinguida, de una esbeltez
armoniosa y distante, narradas ahora como memorias de tiempos pasados. Se
contraponen de algún modo a sus caritas,
como él llama a toda una serie en donde la imagen deja de lado a la dama. Son
piezas de marco recortado o pintadas en tela sobre un fondo apenas texturado,
pero vibrante de color. Poseen un aire adolescente, casi púber. La mirada es
determinada, inteligente; la boca delicada y bien dibujada, describen un gesto
desapasionado, frío. El trazo del pincel ha dejado apenas unas marcas
reconocibles en un magma casi plano, pero de delicado toque y sutilezas de tonos sucesivos. La pintura,
aunque sea una fina capa, siempre está cargada de suficientes pasadas para dar
ese color a una superficie. Antes eran planas, pero Pablo siente que no puede
ver el recorte de planos ahora. Que lo hecho hace cuatro décadas estaba cargado
de otro contexto y de otra energía.
La fuerza
de la imagen sigue notando esa inclinación al glamour, al divismo de un retrato
de revista, pero ahora no reconocen al personaje emblemático, son anónimas,
dejaron de rendir homenajes a sus ídolos del cine.
Sus
fetiches son actualmente conjuntos de objetos asociados, exhibidos en pequeños
escaparates vidriados, que se muestran casi sin narrar historia alguna.
Esta nueva
colección de obras más recientes usa los recursos presentes desde el inicio,
pero con la conciencia adquirida en tantos años. No es simple ser testigo de
tanta decadencia , sobre todo la de los últimos años en Mar del Plata. Ya no
hay ese esplendor glamoroso, hay menos oportunidades para todos, incluso para
los artistas con su trayectoria. Su refugio está poblado de innumerables
testimonios de un trayecto sobre diversos territorios. Su calidez y candor
siguen intactos. Su adhesión al pop tampoco ha variado.
Castagnino
supo ser el puente que diera el paso en Mar del Plata hacia la
contemporaneidad, llegando a experimentar la abstracción, en su última etapa.
Fue testigo de su tiempo y tomó la épica del personaje bien nuestro,
transformándolo en arquetipo. Pablo Menicucci puede ser el marplatense que
inaugura la contemporaneidad, que circula dentro y fuera de la ciudad, que
utiliza los recursos de una obra que no desdeña el uso del espacio, el objeto,
la apropiación, la performance. Aún algunas de sus innovadoras propuestas de
los sesenta y setenta se conocen poco en su ciudad, pues han sido objeto de
ciertos olvidos y pérdidas, o integran colecciones en puntos remotos.
Nuestro
vínculo comienza hace algunos años, cuando empezaba a escribir y Pablo me narró
sus historias cargadas de gestos y énfasis puntuales. Es por ello que deseaba
acompañarlo a devolver visibilidad a su obra mítica, fatalmente perdida en un
episodio de la dictadura. Verlo desechar la idea de delegar la factura del
Premio Braque en pos del enorme desafío que es actualizar una versión, hoy
alejada de un esplendor que ya no siente en el mundo, me conmueve tanto como su
nueva visión de Sofía Loren. Es una mujer bella y madura, que no ríe con los
ojos.
Pilar
Altilio
Marzo 2005
Mar del
Plata
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