Las obras de Luis Marzoratti nunca evidencian la presencia humana, se mueven en un espacio tiempo similar al sueño, donde todo es posible. Se moldean en la calidad fotográfica de la imagen y con ello se colocan dentro de la gran corriente del hiperrealismo, cercana en muchos casos al propio surrealismo, tan afecto a dedicarle esfuerzos a la apariencia de las cosas.
Pero sin embargo, todo esto no explica correctamente su poética visual, fundada en los años ochenta que marcaron una mirada sobre lo propio, sobre el sujeto en su tiempo y lugar. Es ahí donde la obra de Marzoratti hace hincapié: la evidencia del territorio, ya sea el mar o la pampa húmeda, y la forma simbólica del ceibo, la flor nacional. Ambas, constituyen un enunciado del sujeto que se identifica con un paisaje que le pertenece y un símbolo que, tras la belleza del rojo, provee de un discurso adicional sobre las pasiones y las crisis que todo sujeto de su edad ha vivido en estas tierras. Así, en ese maravilloso ámbito construido donde aletea la arrogancia de la flor del ceibo con sus amplias gamas de rojos, se transforma en un nuevo enunciado que contiene y afirma su desafío de ser artista desde su Mar del Plata natal.
Pilar Altilio
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