Podría decirse que lo último es lo primero. Porque la nueva muestra del reconocido artista Roberto Elía (Buenos Aires, 1950) no es retrospectiva, ni antológica; tampoco es una exposición de su obra más reciente. Se trata de una muestra compuesta por dibujos y pinturas de los años ’70, que nunca antes había mostrado. Obras de su período de formación que, sin embargo, anticipan varios de los núcleos de imagen y sentido que desarrollará a lo largo de su carrera.
Todo artista produce su obra en el marco de una tradición en la cual se siente incluido. Como queda explícito en una suerte de mapa de relaciones y referencias que el propio Elía exhibió hace algunos años –que consiste en un conjunto de pequeñas pizarras negras escritas–, su interés remite a un árbol artístico/genealógico en el que se piensa a sí mismo citando unos quince nombres entre los que figuran Xul Solar, Borges, Duchamp y Joseph Beuys. En el caso de los dos últimos, se trata de una genealogía artística que requiere de una enciclopedia ad hoc, porque el conjunto de la obra de Duchamp y de Beuys es parte de un ritual que excede la obra misma: sendas producciones que ambos han hecho a lo largo de sus vidas dependen necesariamente de un contexto, de una actitud, de un relato o una lectura complementaria, porque las obras no son autónomas sino que son, más bien “restos” que quedaron de algo mayor, anterior o simultáneo, que debe ser reconstruido con la ayuda de esa “enciclopedia” auxiliar. Junto con la tradición citada en este relevamiento de referencias, otras obsesiones de Roberto Elía son la escritura, la literatura y la música. La escritura, en cierto modo, ha sido un emblema de varias de sus exposiciones. Por otra parte, a lo largo de los años, el artista lleva escrita a mano una serie de cuadernos en los que registra frases poéticas, distintos proyectos, tintas, bocetos de pinturas futuras, objetos, performances, experimentos. Estos volúmenes representan una suerte de diario personal donde se mezclan su pasión por el arte y por la literatura. La literatura y más precisamente el acto de escribir son muchas veces el paradigma de sus obras. Por eso en sus trabajos, generalmente, no hay ilusión de espacio: porque la matriz de su producción tiene un fuerte componente escriturario, dibujístico, gráfico, lineal, de caminos obsesivos, relacionados con el trazo y el texto.