Matilde Marín
Pilar Altilio
Un periplo por su fecunda obra permiten evidenciar unas recurrencias que ponen en contacto su percepción estética de artista con su agudeza reforzada en innumerables viajes, lecturas y encuentros. No es casual que las palabras itinerario o territorioaparezcan en varias series en su obra en distintos períodos. También aparecen ideas de señalamientos e inscripciones: las huellas del fuego en el papel, su propia sombra en el paisaje, el humo intenso en la deshabitada planicie, la luz de los faros en la misión de orientar al humano, la belleza de la naturaleza en un estado puro, la necesidad de superar las crisis. Esa apacible capacidad de alistamiento en la obra de sus búsquedas, nos vuelve partícipes de sus desvelos, como si pudiéramos leer un texto de ensayo sobre el rol que se asigna como testigo y protagonista de un mundo cambiante.
En la serie La Tierra Prometida el fuego adquiere el rango de huella, tanto para orientar el curso de una línea marcada con una llama encendida, como para dejar la evidencia de un desgaste en los bordes. La materialidad que transforma el uso del papel como sostén pero en volumen escultórico, y la posibilidad que tiene de extenderse como soporte en un plano, es una metáfora visual que se inspira en el texto de Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Tal vez va en la misma dirección, el circuito de un laberinto impreso en la distancia de la mano que lo sostiene. Sondear esos itinerarios marcados a fuego, mirarlos en la distancia de otros encuentros, definirse por una búsqueda que contenga ese constante caminar hacia adelante que propone el escritor uruguayo.
Su narrativa poética no utiliza la potencia de un desgarro, más bien se conecta con una zona de lúcido alejamiento en donde hasta su propio cuerpo es segmentado, sólo para poder hablar de lo que sustenta en tiempos donde afloran las crisis. Sus manos, protagonistas de sus primeras obras en video y fotografía, adquieren el doble juego del hacer lúdico y la reflexión sobre el poder hacer, concebido como articulación de un ejercicio que le permitió superar una operación en su mano izquierda. Esa tenacidad que es marca y sello, le abrió el universo del registro fotográfico que tan fructífero ha sido en su obra desde entonces.
En la extensa serie Bricolage contemporáneo, manos y brazos se presentan y se aluden para narrar las dificultades del 2001 en Argentina y esos mismos ecos vivenciados en otras ciudades. Los suyos son contenedores, sostienen lo que hay de resto utilizable en ese mundo en crisis: panes, pescados, frascos vacíos o el diario de hoy, tanto como el logo del libro Nunca Más, que marcó nuestra democracia apenas recuperada. Le confiesa a Adriana Almada en un reportaje que, frente a la desgarradora situación, ella vio dos opciones para no quedar sin decir nada, una era la propia distancia de sus manos, la otra el registro de aquellos carros llenos de basura o la ilusión de las salidas creativas. “La actitud estética frente a esa realidad fue intencional: quise que pudiera ser vista sin necesidad de asustar.” Y el recurso de esa atenuación fue tanto una retórica de iluminación que se centraba en lo recolectado, -que, como sostiene Elena Oliveras contribuye a la “glorificación del motivo”-, como a la alegría del relato de Karina, La ilusión, vendedora ambulante de un dispositivo simple, decorado por ella con variados colores, que libera pompas de jabón. La aparente fragilidad de los recursos no deja oculta la tenacidad del esfuerzo por seguir caminando.
Esos otros territorios plenos de vida con capas de verdes sumergidos en el agua o bañados de un sol austral expuestos en la muestra De Natura -Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta entre otros-, o aquellos aplanados por el viento riguroso de la estepa patagónica, su paisaje de infancia en constante retorno, en los que la extensión nos conduce hacia una introspección absorta, son los que la propia Marín define como “sensaciones muy solitarias y, a la vez, sensaciones irrepetibles de un momento irrepetible”.
El paisaje como constitutivo de la persona o percibido sumido en el peligro de una serie de acciones ostensiblemente destructivas, la lleva a extender los horizontes en una panorámica amplia de la que resultan ser copia fiel, donde la alteración es signo de un daño. Pero no deja duda que sus señalamientos en esa estepa, plena de una vida atesorada, proponen con sutileza otro destino. Son visiones anticipatorias, transformadoras, sustanciales, como se colocan todas las cosas que pasan por sus gestiones. Matilde transforma el presente con su tenacidad y constancia e invita a meditar nuestras acciones.
La serie que explora los faros tanto como las densidades del humo, ha dado un corpus de obra muy sutil, donde la percepción juega un papel central. El Proyecto Pharus comienza por el video No demasiado lejos de una complejidad nueva, ya que invierte el rol de la distancia de la mirada para provocar la conciencia del espectador dentro del dispositivo: “De algún modo, con este trabajo me separo de la narración y acentúo mi interés en la conciencia del hombre. La imagen ocupa y no ocupa espacio, sólo refiere cosas. Yo creo que este video es, más que nada, una experiencia sensorial”, le comenta a Almada en un reportaje ya citado.
Muchos de sus trabajos actuales se centran en ese sur. Parece pertinente incluir su producción en una categoría propuesta por el curador mexicano Cuauhtemoc Medina, entre otros, quienes formulan la serie SUR-SUL-SOUTH, para describir un número de artistas que ya no pertenecen a una nacionalidad, porque están diseminados en latitudes diversas, conectados por otros nexos como son el cosmopolitismo y la multiculturación. No expresan el centro sino una periferia sentida como plena de discursos validantes y a la vez universales. Bucean los territorios del mundo hablando desde el lugar del artista viajero que interactúa con la noción de ruta. Tal vez por esto mismo, percibido como algo propio, Matilde haya sido una de las pioneras en los contactos con esta parte del mundo y muchos de sus artistas más valorados provienen de realidades similares. Quizás esto explique por qué sus faros actuales, monocromos como en un discurso retro, tengan los haces de luz iluminando hacia abajo, señalando al que habita estos planos bajos que invitan a desnaturalizar una identidad heredada para ser parte de un nuevo sistema de filiación más abarcativo y sensible.
Publicado en arte-on line, mayo 2013
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