Nadie olvida a quien
recuerda.
Pablo Menicucci expresó el espíritu del pop en su ciudad en
una sintonía perfecta con lo que estaba pasando en el mundo, vio a esa ciudad
bajo el mismo halo de contemporaneidad que había percibido afuera y se lanzó a mostrarlo
como un gran maestro de ceremonias.
Había comenzado temprano, en una nota de
1977 acota esos orígenes:
“Parece que fui bastante precoz, en eso “del dibujo” de
chiquito; me sentaban a una mesa, me ponían delante de un enorme papel de
panadería (en ese entonces tenía mejor calidad que hoy un Strathmore) y con un
lapicito me eternizaba dibujando.
En esa época empezaron mis obsesiones por las cajitas y
cuadraditos, éstos se apilaban en una suerte de enorme construcción, como una
casa de departamentos, y en esas piecitas abiertas incorporaba todo un “Menaje”
hogareño, Mamás, Papás, animalitos, muebles, etcétera.”
Amaba la sencillez del trazo y encontrar la alegría tanto en
el color como en la elección de los temas. El amor, la amistad, la familia o la
pareja aparecían en recurrencia. Y exploró esas posibilidades de la misma
manera que amó el pop y a sus amigos. Pasear por todo lo publicado acerca de su
obra, fundamentalmente en medios gráficos, es repasar la historia de un hombre
de vanguardia viviendo y volviendo siempre a su ciudad donde estaban sus
vínculos primarios.
Tenía unas manos jóvenes que siempre me llamaron la
atención. “Tenés manos de treintañero”, le decía riendo y él me devolvía parte
de esa sonrisa que supo tener tantos matices a lo largo de los años. Tenerlo
cerca, hablar de arte, ver cómo su genio lo volcaba a revisar aquello que le
producía interés, era un nexo que siempre actualizaba con los que él elegía. La
moda, las divas y el mundo del cine y el teatro, la publicidad y un marcado sentido
de captación de los aires de su tiempo, fueron una marca personal tanto en las
primeras obras como después en los ochenta, cuando ese mundo lleno de glamour se
mostró más abierto, en lo que seguramente era, su juego de seducción más
atrapante con la vida y el medio artístico.
Su realización como artista llegó plenamente luego de
conseguir su título de maestro de arte en la Escuela Martín Malharro, tanto que
la escuela siempre fue un dato muy sentido en su vida:
“A los catorce años, vi por primera vez pintar a una
persona, fue en el campo donde pasamos el verano, y ese señor era ( Juan
Carlos) Castagnino: era una tromba frente a la tela o la hoja de papel. Verlo
trabajar me producía una enorme excitación a la par que pánico, imposible
alcanzar ese vértigo, algunas enseñanzas recogí, de tanto mirar y escuchar sus
consejos… pero eso no tuvo continuidad, seguí solo por un tiempo más. La
Providencia se acordó de Mar del Plata en 1960; un grupo de profesores de la
capital y de La Plata creó en mi ciudad la Escuela de Artes Visuales “Martín
Malharro”. Desde entonces, esa fue mi verdadera casa, recuerdo con especial
ternura y entusiasmo los siete años pasados en la Escuela. “
Ese trayecto estuvo muy bien acompañado por otra artista
egresada de la misma escuela, Mercedes Esteves, que acometió con el propio
Pablo las acciones más osadas como en 1967 el happening en la Galería del Mar.
Hizo cine y proyectos multimedia muy experimentales, pero nunca abandonó la
pintura ni la acuarela. En ese mismo reportaje que venimos citando sostenía su
posición frente al medio pictórico:
“Yo me he propuesto seriamente este camino, me gusta
codificar la imagen de esta manera, un contexto de orden, de rasgos
geométricos, que permite expresar serenidad, silencio y un destello de vida en
un rostro, un animalito o una planta.
Me siento cómodo en esta dirección, trabajo lentamente, la
lucha de pintar consiste, creo, en lograr que ese bastidor de tela, o ese
cartón duro se conviertan en algo ilimitado, profundo y humano.”
Pilar Altilio
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